Por Gallo Molina (joseantoniomolinavega@gmail.com)
Ver una película: entrar a un laberinto cuya salida puede ser fácil, inexplicable o simplemente maravillosa.
Caminar: recorrer la memoria sin pensar en el destino.
Leer un libro: poner tu vida en unas manos de papel.
Tomar una cerveza: saborear que no hay mejor momento que ese.
Mirar por la ventana: ser un cazador que se encuentra siendo mirado por su presa.
Escuchar una canción: dejarte invadir sin pedir explicaciones.
Entrar a Twitter: agarrar un fusil imaginario.
Mirar una fotografía: desear (o no) haber sido el fotógrafo.
Visitar un museo: darte cuenta de que no eres el mejor en nada.
Un traslado en metro: observar extraños para tratar de entender este país.
Tomar un café: anhelar la detención indefinida del tiempo.
Besar: decir “qué rico” sin decirlo.
Comer pizza: producirle a tu lengua un orgasmo.
Ponerte tu playera favorita: lo que un superhéroe con capa.
Asomarte por un balcón: contener las ganas de saltar al vacío.
Subirte a un avión: saber que todo estará bien.
Llorar: dejar ser lo que tiene que ser.
Ver un partido de futbol: disfrutar sufriendo.
Reír: agradecer que te levantaste ese día de la cama.
Coger: agradecer que tienes cama.
Conversar: saber jugar a cuando hacer silencio.
Ir al cine: darte cuenta de que antes estaba soleado y ahora está lloviendo, o sea, detener el mundo.
Bañarte: debatir con funcionarios cuyas corbatas son el etiquetado del shampoo.
Correr: huir sin poder escapar.
Jugar futbol: entender que todo es posible.
Comer en la calle: saciar el hambre de ser ciudadano del planeta Tierra.
Gritar: romper muros sin ir al gimnasio.
Viajar: hacerle trampa a los sueños.
Vivir: no tener certezas pero aún así hacerlo.
Trabajar: sufrir o disfrutar para no quedarte atrás.
Visitar a un amigo: volver a casa.
Bailar: emborracharte de alegría.
Dormir: perderle el miedo a la soledad.
Recibir un mensaje: saber que no eres invisible.
Escribir: pensar que los productos de tu imaginación le interesan a alguien.