Sueño con ella

Por Alonso Millet

El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien […], sino en el deseo de dormir junto a alguien…

Milan Kundera.

Recuerdo la intensidad de esa noche. Bailábamos todos en la pista, en aquel bar con música en vivo. Éramos un grupo de quince personas; al comenzar la danza, parecíamos una sola. Cuerpos pegados, movimientos exentos de práctica pero llenos de instintos perfectamente coordinados: una parataxis total. Así transcurría la noche.

Dos de la madrugada… ¡Cuánto sucede después de las dos de la madrugada! Y, también, cuánto no. Enfoquémonos en lo primero, en eso cuya manifestación altera el mundo físico: eran las dos de la mañana, y ahí andaba yo, aun moviendo las piernas: atrás, adelante, derecha e izquierda (repetición); mas no lo hacía solo: enfrente se movía ella.

Ella: mujer atractiva, flamante; morena, de piel suave; pelo lacio, castaño; ojos brillantes, de avellanas; sonrisa curva, perfecta, con dientes blancos y resplandecientes. Bailaba al compás de la música; yo, de la letra. Atrás, adelante, derecha e izquierda (cambio en la coreografía) vuelta, unión, cuerpo suspendido en el aire… beso; por fin, tras largo cortejo, nuestras bocas se juntan, saborean sus líquidos, la saliva ajena; nuestras lenguas se tantean mutuamente, deslizándose a lo largo y ancho de la dentadura del otro, del paladar: un recorrido limitado pero infinito.

Tres menos cuarto de la madrugada: hora de partir. La invito a casa, ella acepta. Durante el camino no cesan los besos, las caricias. Tampoco se detienen al llegar a nuestro destino: subimos las escaleras, directo a mi habitación, donde la cama se convierte en un campo de batalla, aunque sin arcos ni flechas: tan sólo nuestros cuerpos despojados de sus vestimentas, desnudos uno frente al otro.

Como lobos, aullamos a la luna; como luchadores, nos revolcamos hasta acabar encima del otro (cambio y repetición); entrelazados como nudos en constante enredo y desenredo. Éxtasis, placer desorbitado; el tiempo se detiene y de pronto yacemos rendidos. La batalla termina en empate.

Ahora pasemos a lo que nunca sucedió, a eso cuya inexistente manifestación en el mundo físico altera, sin embargo, el mundo real. Porque reales son las emociones de lo que pudo haber ocurrido y no ocurrió, como también es real lo que aún podría ocurrir. Sin embargo, quiero centrarme en lo que a mí me hubiese gustado que hubiera acontecido y, como podrán suponer, no aconteció: tras caer rendidos, dormimos. Al menos yo lo hice: al despertar, ella no se encontraba a mi lado.

Todavía me pregunto por las razones de su repentina partida, de su necesidad de irse sin la cortesía del adiós; en mi mente resuena: la noche anterior, ¿fuimos dos sacos de carne o también personas? […] todo camina, pero pasa también… Resulta inevitable pensar que todo fue un sueño. Sé la respuesta: no lo fue. Desearía que sí. Entonces el hecho de lo carnal por encima de lo afectivo no habría interesado tanto… ¿o es que sólo nuestros sexos importan?  

Eso y más se hizo presente en mi cabeza mientras observaba el espacio que minutos u horas atrás ella dejó. […] todo camina, pero pasa también… ¿Qué sobreviene cuando algo pasa, pero no camina? Dicha mañana habría sido diferente. Lo afectivo se habría impuesto a lo carnal; el amor abundaría en la casa: en el saludo mutuo de buenos días, en la ducha compartida, en el desayuno…

Lo importante, a fin de cuentas, no son los hechos después del baile, no es la batalla en la cama: es, por el contrario, la tregua, el abrigo del cuerpo ante el rocío de invierno, el sudor compartido en días de verano…

Dormir juntos, no acostarse. Hallarnos como personas, no como sueños.

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